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La Gran Cruzada Contra lo Woke y Otros Males Imaginarios


 Finalmente, el mundo ha despertado y ha identificado la mayor amenaza de nuestros tiempos: el woke. No la precariedad laboral, no la vivienda inalcanzable, no la desigualdad económica galopante, sino esa perniciosa ideología progresista que, entre otras cosas, pretende que la historia se revise, la cultura evolucione y los derechos individuales se respeten.

La victoria de Donald Trump ha sido un bálsamo para los defensores del orden y el buen gusto, esos que ven en la palabra "cambio" una ofensa personal. Ahora, por fin, se pueden invertir ingentes cantidades de dinero en lo verdaderamente importante: fortalecer la defensa para combatir un enemigo indefinido y erradicar cualquier vestigio de pensamiento que no se alinee con la tradición. ¡Bravo!

Porque claro, todos sabemos que el problema de que la gente no pueda pagar un alquiler no tiene nada que ver con un sistema económico que ha priorizado la especulación y el beneficio de unos pocos. No, la culpa es del wokismo y su malévolo empeño en cuestionar que las cosas sigan como siempre. ¡Qué atrevimiento!

De hecho, en España, los precios de la vivienda no están desbocados porque grandes fondos buitre como Blackstone, Cerberus y Lone Star se han hecho con miles de pisos para especular. No, no, no. El verdadero problema es que haya películas con protagonistas femeninas fuertes y que algunos museos estén revisando sus exposiciones para reflejar más diversidad. ¡Eso sí que es una crisis!

Mientras tanto, grandes constructoras y bancos, como Sareb, BBVA y CaixaBank, han acumulado pisos vacíos y han empujado los alquileres a precios imposibles, mientras partidos como el PP y Vox han bloqueado cualquier intento de regulación del mercado inmobiliario. Pero tranquilos, porque la verdadera emergencia nacional es que en algunas universidades se propongan debates sobre decolonialismo. ¡El horror!

Es absolutamente lógico que la prioridad sea erradicar este flagelo antes de preocuparse por menudencias como el acceso a una vivienda digna o la estabilidad laboral. ¿Quién necesita un contrato indefinido cuando puede disfrutar del incalculable privilegio de vivir en un mundo libre de pronombres neutros y estatuas cuestionadas? ¡Menuda ganga!

Por supuesto, tampoco debemos perder de vista la amenaza existencial que supone el excesivo énfasis en los derechos individuales. Porque, al parecer, el verdadero problema de nuestra sociedad no es la precarización masiva del trabajo ni la acumulación obscena de riqueza en manos de unos pocos, sino la osadía de la gente en exigir respeto por su identidad y sus libertades. Un despropósito que, como todos sabemos, amenaza directamente el crecimiento económico y la estabilidad del orden social.

Pero no nos alarmemos demasiado. Afortunadamente, siempre nos quedará la historia para aprender de ella. Como en 1940, cuando Europa se debatía entre la barbarie y la resistencia, y Charles Chaplin nos recordaba que lo fundamental era garantizar trabajo, seguridad y un futuro para los jóvenes. Claro que sí. Solo que, en esta nueva era de iluminación conservadora, en lugar de luchar contra dictaduras reales, luchamos contra la opresión de... ¿incluso decirlo es ridículo, verdad?

Así que preparémonos para este nuevo amanecer donde el gasto en defensa nos salvará de la ideología progresista, donde el debate más urgente será si el feminismo es una amenaza mayor que el cambio climático y donde, sin duda, los ciudadanos estarán encantados de seguir durmiendo en habitaciones a 600 euros el mes, sabiendo que al menos nadie les obligará a cuestionar el pasado ni a aceptar ideas incómodas.

La civilización está a salvo. ¡Gracias, Trump!




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