Fallece el Papa Francisco a los 88 años tras una década de reformas y cercanía pastoral
El 21 de abril de 2025, a las 03:56 de la madrugada, falleció el Papa Francisco a los 88 años. Con su muerte no solo concluye una etapa en la vida de Jorge Mario Bergoglio, sino que se cierra también un capítulo fundamental en la historia de la Iglesia católica contemporánea.
Desde su elección en marzo de 2013, Francisco fue una figura disruptiva. Primer pontífice latinoamericano, primer jesuita en el cargo, y el primero en asumir el nombre de Francisco —en honor a San Francisco de Asís, símbolo de humildad y fraternidad—, marcó un giro en la tradición vaticana. Su papado se convirtió rápidamente en una referencia global, tanto por su estilo pastoral como por su compromiso con los pobres, la justicia social y el medioambiente.
Durante más de una década, Francisco intentó acercar la Iglesia a las periferias. No solo geográficas, sino también existenciales. Habló de una “Iglesia en salida”, cercana a los más vulnerables, y reiteró la necesidad de una institución menos centrada en el poder y más dedicada al servicio. Su estilo fue directo, pastoral, cercano. Rompió con muchas formalidades del cargo, prefiriendo vivir en la Casa de Santa Marta en lugar del Palacio Apostólico, y renunciando a muchos de los signos de ostentación papal.
Sin embargo, su pontificado no estuvo exento de tensiones. En el interior de la Iglesia, se enfrentó con sectores conservadores que criticaron sus posturas sobre temas sensibles como el papel de la mujer, la pastoral hacia las personas LGBT+, los divorciados vueltos a casar o las reformas económicas del Vaticano. Francisco intentó mantener un difícil equilibrio entre tradición y renovación. Fue un reformador, sí, pero también un jesuita prudente, consciente de los límites del cambio dentro de una institución milenaria.
En sus últimos años, la salud del Papa comenzó a deteriorarse visiblemente. Aun así, mantuvo una intensa actividad pública, recibiendo a líderes mundiales, pronunciándose sobre conflictos internacionales, y continuando con su agenda de viajes apostólicos, incluso en condiciones físicas muy debilitadas. En cada aparición, su figura frágil contrastaba con la firmeza de su mensaje. Hasta el final, su voz fue la de un hombre convencido de que la Iglesia debía seguir transformándose.
Su fallecimiento deja a la Iglesia en una encrucijada. Francisco no designó un sucesor ni promovió una línea clara de continuidad, aunque muchos de los cardenales que nombró comparten su sensibilidad pastoral. El próximo cónclave será decisivo: el nuevo Papa tendrá que discernir entre proseguir la línea de apertura y reforma iniciada por Francisco, o dar marcha atrás hacia posturas más tradicionales.
Pero más allá de lo institucional, el legado de Francisco está en la forma en que se relacionó con el mundo. Su encíclica Laudato si’ colocó el cuidado de la “casa común” en el centro de la doctrina social de la Iglesia. Su documento Fratelli tutti propuso una visión de fraternidad universal en un mundo fragmentado. Su mensaje constante de inclusión, diálogo y misericordia resonó más allá de los límites del catolicismo.
Su muerte también revive el recuerdo de otro momento histórico: el final de la era de los dos Papas. Benedicto XVI, su predecesor, había renunciado en 2013 y falleció en 2022. Francisco fue el primero en convivir con un Papa emérito, y probablemente será el último por un largo tiempo en vivir esa experiencia inédita.
Francisco será recordado como un Papa valiente, incómodo para muchos, querido por millones. Un hombre que, con sus aciertos y contradicciones, abrió puertas que parecían selladas, puso a los pobres en el centro del mensaje cristiano y defendió la dignidad humana con una fuerza inusual desde los muros del Vaticano. No fue perfecto, y él mismo lo sabía. Pero nunca dejó de intentar que la Iglesia fuera más humana, más cercana, más fiel a los Evangelios que al poder.
Su partida marca el fin de una era. Y también el comienzo de otra. Una Iglesia que ya no podrá volver atrás del todo.
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