Vox, Trump y los aranceles: cuando el amor geopolítico duele… al campo español
¡Oh, el amor! Esa cosa impredecible, ciega y a veces devastadora. Como el que Vox profesó —sin medida ni matices— a Donald Trump, el sheriff del mundo libre y azote de los acuerdos multilaterales. Fue un flechazo ideológico que dejó mariposas en el estómago… hasta que llegaron los aranceles. Y no, no eran mariposas: era el sector agrícola español quejándose de la digestión.
La película empezó con entusiasmo: banderas ondeando, discursos sobre soberanía, abrazos a la libertad (americana, claro) y un apoyo cerrado a todo lo que oliera a Trump Tower. ¿Política arancelaria agresiva que amenaza a nuestras exportaciones? “Bah, cada país tiene derecho a defender sus intereses legítimos”, decían los chicos de Vox, mientras guiñaban un ojo al Tío Sam. Qué simpáticos.
Pero luego la realidad llamó a la puerta. O más bien, reventó la puerta con una notificación de aduanas: tarifas, restricciones, impacto en la industria nacional… vaya, resulta que cuando Trump defiende sus intereses, los nuestros acaban un poco... arrollados. Y claro, Vox tuvo que salir a explicar el lío con cara de “esto no es lo que parece”.
José María Figaredo, portavoz económico en el Congreso y ahora también vocero del “giro de guion”, declaró que todo esto es “una malísima noticia”. ¡No me digas! Pero eso sí, que nadie piense que están cambiando su postura respecto al Mesías de la gorra roja. No es que Trump se haya pasado de rosca: es que Pedro Sánchez y Ursula Von der Leyen tienen la culpa. Plot twist de manual.
Porque si hay algo que Vox domina, además del arte de la contradicción, es el noble deporte de redirigir culpas. Así que los aranceles yanquis no son el problema. El problema son el Pacto Verde, la Agenda 2030, y básicamente cualquier cosa que huela a ecología, sostenibilidad o Bruselas. Si Trump nos mete un arancel en plena cara, es porque Europa nos debilitó antes. Lógica pura.
Y como guinda, Vox prepara un paquete de medidas en el Congreso para “liberar” a la industria española. Liberarla, por supuesto, de impuestos, regulaciones, y probablemente también del sentido común.
Pero la historia no termina ahí. El PP, celoso de este triángulo amoroso entre Vox y Trump, decidió meterse en el melodrama. Feijóo, con su habitual tono de “hermano mayor responsable”, acusó a Abascal de falta de patriotismo. ¡Boom! El amor duele, pero las acusaciones internas aún más. Desde Vox no se hicieron esperar: devolvieron el golpe con una ristra de insultos sobre pactos verdes, basura ideológica, comunistas chinos y socialismo europeo. Ya saben, lo básico.
En fin, entre tanta geopolítica, patriotismo y puyas de derechas, lo único claro es que cuando se juega con fuego (o con líderes de política exterior impredecible), uno puede acabar chamuscado. Especialmente si tu economía depende de exportar productos que ahora pagan un extra por entrar a EE. UU.
Pero tranquilos, que Vox ya lo ha entendido: la próxima vez que Trump imponga sanciones económicas, la culpa será del cambio climático. O de Greta Thunberg. O del comunismo gallego. Ya se les ocurrirá algo.
Porque si algo saben hacer, es defender a “los nuestros”. Aunque no quede claro quiénes son… ni de qué los están defendiendo exactamente.
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